Para el compositor, la partitura es el plan de vuelo de su obra, el mapa mental o la hoja de ruta donde plasma a detalle, cada una de las indicaciones pertinentes para que su pieza sea ejecutada tal cual suena ¨en su cabeza¨. Despues de seleccionar la dotación de la orquesta, señala inicialmente la armadura de clave o el tono, luego el compas y la velodicad inicial. Esas son las “reglas del juego” para todos los instrumentos que la ejecutarán.
Mientras avanza la obra, cada vez que lo considere, pedirá cambios en la intensidad, las articulaciónes de las frases, e incluso hasta la manera como el instrumentista debe interpretar cada pasaje de la pieza.
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Ahora bien, todas esas “instrucciones” en la partitura no garantizan que la obra suene tal cuál como el compositor la creó. Parece contradictorio, pero no lo es. Los directores de orquesta se han vuelto famosos por las versiones que hacen de las grandes obras, por ejemplo, la interpretación que el Maestro Dudamel hace de las Sinfonías de Mahler, lo han llevado a recorrer el mundo. A pesar de que son las mismas notas, y los mismos instrumentos, cada director con su toque “mágico”, hace la obra suya, y como tal, la ejecuta.
Es evidente que una partitura de ese nivel hasta mal tocada sonará bien. Y aquí es donde me quiero detener. Siempre hemos escuchado que de nosotros depende lo que pase en nuestras vidas. Que nuestro andar en la tierra es como un viaje en barco, y que como capitanes, podemos y debemos controlar todo lo que en el trayecto suceda.
Así como el compositor no dirige la orquesta que interpreta su obra, nosotros no somos los directores de nuestra vida, que sin duda, es nuestra principal obra. Somos los compositores de ella. Lo que podemos y debemos hacer, es tomar nuestra partitura, y llenarla de las mejores notas posibles, con una escritura prolija. Nuestra obra consta de muchas palabras, usemos sólo las más hermosas. Seleccionemos tonos mayores que nos contagien su alegría. Tratemos de no poner una velocidad muy alta, para poder disfrutar de cada sonido y cada silencio.
Al Director, colóquele el nombre que más le guste, no se preocupe que él se encargará de ejecutar su obra, de la mejor manera posible. Eso sí, no se queje si no le gusta lo que escucha. Si a lo largo de su vida sólo puso notas desafinadas, tonos menores, malas palabras, abusó de las indicaciones de intensidad e hizo una mezcla de instrumentos desproporcionada o no acorde con el género y la melodía que escribió, esa obra jamás podrá “sonar bien”.
Como compositores de nuestra vida, hagamos nuestro mejor esfuerzo en hacer cada día la mejor partitura posible, para que mientras la orquesta la ejecuta, sus melodías y sonoridades nos enamoren y nos hagan agradecer con cada respiro, la oportunidad que nos dan de seguir viviendo.
Así que, Música, Maestro…
Alan González Pérez.
@lamusicadealan
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